Entre tanto llovía a más y mejor. Sin embargo, así que hubo pasado cosa de una hora, el
chubasco se aplacó casi repentinamente, pareció que la gruta se llenaba de claridad, y una bocanada
de fragancia húmeda la inundó: el tufo especial de la tierra refrigerada y el hálito de las flores, que
respiran al salir del baño. También a los refugiados se les dilataron los pulmones, y a un mismo
tiempo se lanzaron fuera del escondrijo, hacia la boca de la cueva.
Allí se pararon deslumbrados por inesperado espectáculo. La atmósfera, en su parte alta, estaba
barrida de celajes, diáfana y serena: lucía el sol, y sobre el replegado ejército de nubes, se erguía
vencedor, con inusitada limpidez y magnificencia, un soberbio arco iris, cuyo arranque surgía del
monte del Pico Medelo, cogía en medio su alta cúspide, y venía a rematar, disfumándose, en las
brumas del río Avieiro.
La madre naturaleza (1887)
Emilia Pardo Bazán
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